La intriga sobre la muerte del taxista asturiano Javier Fernández Díaz continúa, pese a que la Policía de Oviedo y la Guardia Civil de Lugo dan por cerrado el caso. El cadáver del hombre, de 37 años, apareció el viernes momificado en el maletero de su coche en Vilalba y la autopsia no reveló signos de violencia en el cuerpo, lo que precipitó el archivo de la causa a las pocas horas del hallazgo, algo que incluso contribuye a arrojar más misterio sobre el óbito del asturiano. ¿Por qué se marchó de casa? ¿Lo perseguía alguien? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué dormía en el maletero para que no lo vieran? ¿Por qué se conocieron los resultados de la autopsia en pocas horas cuando otras veces tardan días? Posiblemente son preguntas sin respuestas ya al estar el caso policialmente zanjado.
Javier Fernández en realidad nunca desapareció, como creyeron sus familiares y sus compañeros de gremio en los primeros días de ausencia, cuando convocaron manifestaciones en Oviedo para pedir que se intensificara la investigación y para apoyar a sus padres, su hermano y su novia. Nunca desapareció porque, a los pocos días, la Policía de Oviedo lo localizó en Burela.
Esta «prueba de vida» fue comunicada a la familia, que dejó de buscarlo. Pero seguían sin saber el motivo de su marcha, por eso no retiraron la denuncia. No trabajaba en nada, vivía de las pequeñas cantidades de dinero que sacaba de su cuenta -según se comprobó tras la muerte-, en la que aún le quedaba dinero suficiente para ir tirando una temporada, ya que solamente gastaba dinero en comer.
Inusuales carreras
Los días previos a la marcha de Javier Fernández no permitieron establecer ningún tipo de hipótesis. Tras regresar de unas breves vacaciones en Canarias junto a su pareja, un día antes de la última jornada en la que se le vio al volante del taxi por última vez -el 6 de octubre de 2010-, había viajado hasta Madrid para ver en el Santiago Bernabeu el partido entre el Real Madrid y el Milán. Javier Fernández, madridista y perteneciente a una peña merengue en Oviedo, acostumbraba a desplazarse hasta la capital para ver estos enfrentamientos. Volvió algo cansado.
Al día siguiente, según relataba hace un año el periódico asturiano La Nueva España, su turno de trabajo tuvo una cadencia de servicios impropia de un miércoles por la tarde. En apenas cuatro horas, entre las ocho de la tarde y las doce de la noche, momento en que aparcó el vehículo con el que trabajaba -era asalariado, no era el dueño de la licencia-, Javier Fernández hizo hasta cuatro carreras de largo recorrido. Según fuentes próximas a la investigación, el taxi que conducía Javier viajó a Gijón, al aeropuerto y hasta dos o tres veces se desplazó a las Cuencas, a la zona de Blimea. No eran, desde luego, carreras habituales. Una larga un miércoles por la tarde ya sería excepcional. Cuatro, algo muy raro.
Además, también según señalaban fuentes próximas al caso a la prensa asturiana, Javier Fernández, muy metódico en su jornada laboral, habría hecho ese día una modificación significativa en sus costumbres al volante del taxi. Acostumbraba a anotar sus servicios solo con el kilometraje y el recibo. Esa tarde, Javier Fernández no se limitó a anotar los kilómetros. Anotó también los destinos de los viajes. Algo que nunca hacía. También llamó a su novia desde el móvil y le dijo, muy contento, que estaba teniendo una jornada «muy buena», cuando nunca llamaba por teléfono ni a su compañera ni a sus padres en horario laboral.
Con dinero
Después de todos esos servicios, Javier Fernández Díaz regresó con el taxi a Oviedo y lo depositó en la plaza de garaje donde lo aparcaba todos los días, en la calle Río Caudal, en el barrio de Ventanielles. Cogió la recaudación y se subió a su vehículo particular, el mismo Seat Toledo en el que apareció muerto. La Policía Nacional registró todas las cámaras de tráfico de Oviedo, donde al parecer los agentes hallaron el rastro que los llevó a Burela,
Javier empezó así una nueva vida de la que poco o nada se sabe, salvó que apenas le duró unos meses. Según la autopsia, la muerte se habría producido hacia febrero o marzo, en meses de invierno, lo que no hace descartable que la causa fuera el frío. ¿Qué hizo entre noviembre y febrero? Nadie lo sabe, porque con nadie habló de ello, o al menos no consta ningún testimonio en la causa en este sentido.
Para las fuerzas del orden, Javier Fernández se había marchado por voluntad propia, aunque ni su familia ni los compañeros de gremio, que lo conocían y alababan su bonhomía, se creyeron nunca esta teoría. Y mucho menos ahora, cuando les dicen que dormía en un maletero por voluntad propia. «Algo le tuvo que dar a la cabeza», dicen fuentes cercanas a la familia, que el domingo organizó en Oviedo una íntima celebración religiosa en memoria del joven previa a su incineración.
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